EL CUENTO DEL PERSONAJE, PRIMERA PARTE

Yo tenía la suficiente complejidad y riqueza para demandar ser personaje novelesco. Exigía mis trescientas páginas mínimas: un razonable soporte de papel para desenvolver la elocuencia de mis palabras y mi magnética personalidad.
Nada de personaje de cuento acotado por todas partes, mutilado en mi verborrea y despojado de carácter. La justicia erraba dando visos de cuento a mi historia y era injusto confinarme a un maltrecho fajo de páginas para definirme y hacer rodar mi existencia.
Cuando ese engreído autor me dijo que no, cabreó mis vísceras de noble personaje, encendió la llama de la venganza y me vi obligado a descender de su cuentecillo privándole de la esencia que yo suponía. ¡Qué se había creído! Yo no era suyo, yo pululaba en el aire, nadaba en el viento y bullía entre las cabezas esperando la sustracción del mundo de las ideas para nacer al gran público de mis lectores. Eso es, ¡la concepción! Así que peregriné hasta las instancias adecuadas para demandar lo que en justicia me pertenecía.
Me encaramé al metro y anduve con la portentosa dignidad de un hombre que se sabe exótico, extraño y desubicado entre aquella maraña de populacho. Todos me miraban, rascándose la cabeza y considerando que del libro de su regazo había escapado algún ser novelesco que ahora trajinaba entre paradas y líneas de metro ansiando el reencuentro con su destino urbano. Yo omitía aquel asedio de miradas, ese goteo constante de palabras asombradas y murmuradas entre vecinos de asientos que se sumían en la misma absurda contemplación: yo mismo y mi indumentaria.
Finalmente, después de entrar, salir, subir, bajar y empalmar las cien mil líneas del callejero subterráneo, llegué ante la suprema institución que debía subsanar la afrenta de la que yo era víctima: el Registro de la Propiedad.
Allí estaba aquella divina sede de la moral intelectual, de la ética de la inventiva, aquel mausoleo de la imaginación...
Y allí estaba yo, ser en propiedad, cazado en pleno vuelo por un vil autor que me denegaba la dignidad, y humillaba a mi orgullo apresándome en aquel cuento enclenque en el que yo apenas decía cinco frases. No, no, la justicia debía oírme y atender mi petición.
Al principió no lo vi, no hallaba el Registro y tuve que repasar mis señas unas cincuenta veces. Recorrí la calle de arriba abajo atolondrado, incansable y sumamente enfadado porque la sabia costumbre de numerar los edificios estaba cayendo en desuso y pocos se molestaban en referir este detalle en las fachadas. Imaginé el siguiente paso en esta cruzada contra la orientación y vislumbré en mi sueño “verniano” (de Julio Verne) calles sin carteles que indicaran al transeúnte en que condenado punto del mundo se hallaba. Sería el caos, una peregrinación por los intestinos urbanos que le engullirían a uno entre su locura de calles.
En fin... seguí buscando. Mis sospechas estaban en un edificio enorme que me devolvía mi gesto de confusión con aquellos infinitos espejos en su rostro burocrático. Enorme, enorme, ciertamente enorme, como un trasatlántico en tierra firme. Pero inexistente numeración, inexistente cartel, e inexistente vida interior. Así que, vuelta para arriba, vuelta para abajo, custodiando las entradas y salidas de mi sospechoso.
-Hola, perdone. ¿Puedo ayudarle?
Finalmente, alguien emergía de las profundidades de una taquilla de conserje. Me sonó como a un duende que de repente ,en medio de un bosque de funestas sombras, auxiliaba al bobalicón extraviado de turno.
-Ah, por supuesto. Dígame, ¿es esto el Registro de la Propiedad?
-Sí, así es.
Por fin, me hallaba ante las instancias justicieras que debían reparar mi ignominiosa situación y ,con el gesto de alguien que se dispone a clamar ante las puertas del buen Dios, entré.
Nada de personaje de cuento acotado por todas partes, mutilado en mi verborrea y despojado de carácter. La justicia erraba dando visos de cuento a mi historia y era injusto confinarme a un maltrecho fajo de páginas para definirme y hacer rodar mi existencia.
Cuando ese engreído autor me dijo que no, cabreó mis vísceras de noble personaje, encendió la llama de la venganza y me vi obligado a descender de su cuentecillo privándole de la esencia que yo suponía. ¡Qué se había creído! Yo no era suyo, yo pululaba en el aire, nadaba en el viento y bullía entre las cabezas esperando la sustracción del mundo de las ideas para nacer al gran público de mis lectores. Eso es, ¡la concepción! Así que peregriné hasta las instancias adecuadas para demandar lo que en justicia me pertenecía.
Me encaramé al metro y anduve con la portentosa dignidad de un hombre que se sabe exótico, extraño y desubicado entre aquella maraña de populacho. Todos me miraban, rascándose la cabeza y considerando que del libro de su regazo había escapado algún ser novelesco que ahora trajinaba entre paradas y líneas de metro ansiando el reencuentro con su destino urbano. Yo omitía aquel asedio de miradas, ese goteo constante de palabras asombradas y murmuradas entre vecinos de asientos que se sumían en la misma absurda contemplación: yo mismo y mi indumentaria.
Finalmente, después de entrar, salir, subir, bajar y empalmar las cien mil líneas del callejero subterráneo, llegué ante la suprema institución que debía subsanar la afrenta de la que yo era víctima: el Registro de la Propiedad.
Allí estaba aquella divina sede de la moral intelectual, de la ética de la inventiva, aquel mausoleo de la imaginación...
Y allí estaba yo, ser en propiedad, cazado en pleno vuelo por un vil autor que me denegaba la dignidad, y humillaba a mi orgullo apresándome en aquel cuento enclenque en el que yo apenas decía cinco frases. No, no, la justicia debía oírme y atender mi petición.
Al principió no lo vi, no hallaba el Registro y tuve que repasar mis señas unas cincuenta veces. Recorrí la calle de arriba abajo atolondrado, incansable y sumamente enfadado porque la sabia costumbre de numerar los edificios estaba cayendo en desuso y pocos se molestaban en referir este detalle en las fachadas. Imaginé el siguiente paso en esta cruzada contra la orientación y vislumbré en mi sueño “verniano” (de Julio Verne) calles sin carteles que indicaran al transeúnte en que condenado punto del mundo se hallaba. Sería el caos, una peregrinación por los intestinos urbanos que le engullirían a uno entre su locura de calles.
En fin... seguí buscando. Mis sospechas estaban en un edificio enorme que me devolvía mi gesto de confusión con aquellos infinitos espejos en su rostro burocrático. Enorme, enorme, ciertamente enorme, como un trasatlántico en tierra firme. Pero inexistente numeración, inexistente cartel, e inexistente vida interior. Así que, vuelta para arriba, vuelta para abajo, custodiando las entradas y salidas de mi sospechoso.
-Hola, perdone. ¿Puedo ayudarle?
Finalmente, alguien emergía de las profundidades de una taquilla de conserje. Me sonó como a un duende que de repente ,en medio de un bosque de funestas sombras, auxiliaba al bobalicón extraviado de turno.
-Ah, por supuesto. Dígame, ¿es esto el Registro de la Propiedad?
-Sí, así es.
Por fin, me hallaba ante las instancias justicieras que debían reparar mi ignominiosa situación y ,con el gesto de alguien que se dispone a clamar ante las puertas del buen Dios, entré.
Comentarios
¿Y cómo iba vestido que todo el mundo le miraba?
Saludos de sobremesa (casi la merienda ya)
intriga 100%
saludos!
Besos!!!
pd.: ¿A todos los "seres extraños/diferentes" les miran mucho en el metro?. Pues si así, no me conviene tomarlo.
Besos Lynn.. Y buenas tardes.
Enhorabuena y un saludo.
Clap clap clap! Joder sí señora eso sí es un buen comienzo!...sigo leyendo..jeje ;)
Siempre he creído en su existencia…
Es el rollo psicodélico budista que me traigo...jejeje ;)
Espero ansioso las continuaciones.
El otro día no actualizaste y te disculpo. Si para engendrar esto tienes que tomarte tu tiempo, creo que muchos no tendremos ningún problema en esperar pacientemente.
Tus relatos estimulan mi imaginación.
Un beso, si me dejas. ;)
Saludos
Pero podría variar el sentido de mi voto. Ya me dirás.
Quizas sea debido a mi estrepitoso afán de alargar innecesariamente las nutridas frases en mi inmenso afán de comunicar arrolladoramente mi sempiterna personalidad con un dramático intento de agotar estremecidamente los numerosos adjetivos de mi voluminoso diccionario, total para no decir nada de provecho, fíjese usted.
Jerjes, el primerito, tendrás que esperar, y el vestido, pues no sé, como un personaje de libro... buena pregunta. Habrá que reformar ese aspecto.
Bueno, Persio, mañana o pasado la continuación.
Su, te aclaro, es el registro de la propiedad intelectual.
Bueno, mar, deja que se cabree, así yo tengo hsitoria.
Capitán Pescanova, gracias por tu impaciencia, espero no decepcionar.
Tyler, de verdad que espero que el final te parezca igual de bueno. Gracias por tu pasiónm y por supuesto, se permite.
Su aspecto, Ara? Sí, algo de eso dice también Jerjes, habrá que ver...
Le creo, señor Groucho, usted ncesita mucho espacio para expandir su verborrea.
Bueno, a dormir todos y a ver que nos trae mañana en cada uno de los blogs.
Jerjes, el primerito, tendrás que esperar, y el vestido, pues no sé, como un personaje de libro... buena pregunta. Habrá que reformar ese aspecto.
Bueno, Persio, mañana o pasado la continuación.
Su, te aclaro, es el registro de la propiedad intelectual.
Bueno, mar, deja que se cabree, así yo tengo hsitoria.
Capitán Pescanova, gracias por tu impaciencia, espero no decepcionar.
Tyler, de verdad que espero que el final te parezca igual de bueno. Gracias por tu pasiónm y por supuesto, se permite.
Su aspecto, Ara? Sí, algo de eso dice también Jerjes, habrá que ver...
Le creo, señor Groucho, usted ncesita mucho espacio para expandir su verborrea.
Bueno, a dormir todos y a ver que nos trae mañana en cada uno de los blogs.
qué chulo este post!! es que, claro, si uno es un personaje importante, pues se tendrá que registrar.
aunque hay personajes que podrían no haberse registrado nunca y todos viviríamos más felices, como don quijote, por ejemplo, que en sus tiempos tendría gracia, pero ahora ya no, y nos lo siguen vendiendo.
besos babosos y un voto pa ti.
cuánta gente nos traes Lynn. muchas gracias.
buenos días a todos.
Espero al final de la historia para opinar, pero de momento, me gusta
Espero que eso no pase con uno de los míos, que peligro jejeje.
Quedo a la espera de la continuación.
Besos
Un beso
yo voy a ver si estudio algo.
saluditos.
Muy bueno. Genial.
Con un ritmo brillante y un lenguaje envidiable
saludos
bye
Saludete.