EL DESTINO SE VISTE DE MUJER
Un buen día la señora de E. Hemingway decidió ir a visitar a su marido, sorprenderlo en plena época de corresponsalías para diarios americanos, y viajar hasta la ciudad francesa donde el todavía no amante de la fiesta española trataba de redactar tres pares de párrafos de actualidad europea. De modo que la buena señora, todavía lozana, de ojos chispeantes y propietaria de un pequeño vástago heminghayno en la tierra, metió todas las obras y cuentos en los que se afanaba su marido para que pudiera adelantar algo de trabajo allí. Se fue satisfecha, con alegría, con la convicción de ser la mejor esposa sobre la tierra, y riéndole el cuerpo a cada paso que daba en su camino hacia la estación de trenes. Imagino que sería la Gare Du Nord , o la puerta de Austerlich . Esas inmensas estaciones de tren por donde ahora se dispersan las almas " interrailistas ". Pero nadie imaginó que la maleta se extraviaría. Y que la feliz dueña del corazón de Hemingway , por aquel entonces,