LOS PASEOS DE UNA COJA

La punzada estaba al fondo, a la derecha.
Un dolor desproporcionado insertado bajo la piel.
Pero la chica siguió caminando, entre humos que trepaban desde el suelo. Todo en la ciudad trepaba: los edificios, que parecían alfileres clavados en una nube de algodón, y el humo de la calefacción, que se enredaba entre los rostros de la gente que al final caminaba entre espectrales bufandas.
Hacía frío, y luces, y ruido, e historias, muchas historias, a cada paso, a cada ventana.
La chica siguió caminando por Times Square, con dolor, hasta que su figura empezó a oscilar con un leve cojeo.
De repente apareció Henry Miller. Era Henry Miller con su sombrero apoltronado en las seseras, con el abrigo sitiándole los fríos y la mirada de charcutero de mujeres.
-Pero, Henry, ¿Qué haces aquí?
Henry entonces podía pintar la mirada del que no entiende ni papa, o la sonrisa del que trata de beneficiarse otra conquista.
Pero ni una cosa ni otra, Henry se disolvió como una luz eléctrica nada más aparecer el embriagador sol.
La chica reemprendió su paseo, don Henry Miller había fluctuado hacia otros lares y sus ojos se volvieron a concentrar en el ruido de delante.
Al poco, surgió la figura de Joseph Conrad, en sus primeros años, todavía con sus trastos de marino, desembarcando en el puerto de Londres.
-Pero, señor Conrad, qué placer conocerle!!
Joseph Conrad no oyó palabra de lo expuesto, porque no tenía oidos, pero sí orejas, y tampoco vio a nadie pues tenía ojos pero no mirada.
Era un marino de cartón en cuya panza danzaba el menú de una marisquería.
La chica se quedó varada ante el personaje, y reanudó el paseo muy molesta con sus ojos a quienes achacaba una demencia con los escritores.
Más adelante,con la cojera haciendo temblar todo su cuerpo, entabló miradas con un espejo.
Miraba
Remiraba
Se fijaba en la derecha, en la izquierda, en el cogote, en las sienes, en los codos...
Por fin, dijo:
-Pero, Virginia, qué placer conocerte. He oído hablar tanto de ti. Hoy podré decir que he visto a Virginia Woolf.
Y la chica siguió con su cojera hasta el malecón de La Habana, luego giró hasta llegar al cementerio de Pere Lachaise, y más tarde paró a comer en un restaurante de una callejuela de Praga.
Un dolor desproporcionado insertado bajo la piel.
Pero la chica siguió caminando, entre humos que trepaban desde el suelo. Todo en la ciudad trepaba: los edificios, que parecían alfileres clavados en una nube de algodón, y el humo de la calefacción, que se enredaba entre los rostros de la gente que al final caminaba entre espectrales bufandas.
Hacía frío, y luces, y ruido, e historias, muchas historias, a cada paso, a cada ventana.
La chica siguió caminando por Times Square, con dolor, hasta que su figura empezó a oscilar con un leve cojeo.
De repente apareció Henry Miller. Era Henry Miller con su sombrero apoltronado en las seseras, con el abrigo sitiándole los fríos y la mirada de charcutero de mujeres.
-Pero, Henry, ¿Qué haces aquí?
Henry entonces podía pintar la mirada del que no entiende ni papa, o la sonrisa del que trata de beneficiarse otra conquista.
Pero ni una cosa ni otra, Henry se disolvió como una luz eléctrica nada más aparecer el embriagador sol.
La chica reemprendió su paseo, don Henry Miller había fluctuado hacia otros lares y sus ojos se volvieron a concentrar en el ruido de delante.
Al poco, surgió la figura de Joseph Conrad, en sus primeros años, todavía con sus trastos de marino, desembarcando en el puerto de Londres.
-Pero, señor Conrad, qué placer conocerle!!
Joseph Conrad no oyó palabra de lo expuesto, porque no tenía oidos, pero sí orejas, y tampoco vio a nadie pues tenía ojos pero no mirada.
Era un marino de cartón en cuya panza danzaba el menú de una marisquería.
La chica se quedó varada ante el personaje, y reanudó el paseo muy molesta con sus ojos a quienes achacaba una demencia con los escritores.
Más adelante,con la cojera haciendo temblar todo su cuerpo, entabló miradas con un espejo.
Miraba
Remiraba
Se fijaba en la derecha, en la izquierda, en el cogote, en las sienes, en los codos...
Por fin, dijo:
-Pero, Virginia, qué placer conocerte. He oído hablar tanto de ti. Hoy podré decir que he visto a Virginia Woolf.
Y la chica siguió con su cojera hasta el malecón de La Habana, luego giró hasta llegar al cementerio de Pere Lachaise, y más tarde paró a comer en un restaurante de una callejuela de Praga.
Comentarios
Saludete.
unas verdades desenmasacradas a tiempo y en camino...
saludos!
Buen fin de semana!
Un saludo
Bueno, Beto, la imaginación es muy buena compañera.
Persio, pues caminando se piensa mucho, no?
Kafka en tu cocina!! Ay, no sé, pero me da que no es muy buen cocinero. Será mejor que le conduzcas amablemente al salón de tu casa para dialogar un rato.
Un beso Lynn!
:-)
Un beso.
Yo salgo a la calle y sólo me encuentro con rosas muertas...
Pero aún así no me encuentro personajes por la calle, seguramente porque me hallo en el bar mirando la vida pasar a través del filtro ámbar de un buen escocés. Y no me refiero a Sean Connery.
Hoy... impecable.
Besos
(Mivoto de hoy)
Y por cierto el otro día no te contesté del todo. Me preguntaste porque decía que las vírgenes suicidas era el nuevo guardián entre el centeno. En efecto lo dijo la crítica, no por ninguna semejanza estilistica ni temática sino tan sólo porque las dos retratan la adolescencia con gran genialidad.
Bona nit
Lo dicho,
Buenas noches
Yo te leo, te voto, y te todo.
:-D
A la noche actualizo lo mío.
Y no te preocupes mucho por las respuestas, que no veas el tiempo que tardamos en socializar... Yo te permito un respirito con las mías.
¡Buenos días!
En cuanto a la crítica de antes no termino de ver lo que dice, para mi gusto está bien el tiempo empleado. Aunque mira, lo que dice también es verdad, los que te admiran te criticarán algo, así que al hombre le has impresionado.
Besos
Besos
Me apetecía.
:-D
Besos
Vaya, An, tú has interpretado locura temporal?? Bueno, pues me quedo con eso.
Ara, habría perseguido a Virginia? Bueno, mea culpa porque quise que la coja fuera Virginia. Tengo que ser más clara.
Tú lo has dicho, Su, podría ser una de ellas, pero yo opino que no lo es, ya me lo ha dicho el crítico y para mí que tiene razón.
Rosas muertas? Pero cómo? Despanzurradas, arrancadas... donde vives tú? En un jardín? Anda, dime que sí.
En el bar?? Entonces usted, señor Groucho, podría encontrarse perfectamente con Heminghay...
Gracias por la respuesta, Pequeño Ibán, me imaginaba eso, la crítica siempre está con sus comparaciones.
Gracias, leicca, eres toda corazón y ya te mando el Buenos días del lunes.
Pues sí, otra vez ando con él, no termino de consumirme, An.
Bueno, Jerjes, a ti se te aparecen todos esos seres que tan bien dibujas, así que no te quejes que tienes a mi crítico encantado con tus dibujos.
A Joyce, chilanga? Umm, eso tiene una explicación freudiana.