Hasta el final no sabrás quién eres

La masa entra, se acomoda en los butacones de rojo llamarada, y se reparte, con celo y celos, los lugares de mejor visibilidad, con mejor ángulo de interceptación del político.
Después empieza la música, ese "acribillamiento" de sones con forma de himno y los miembros del partido enfilan la alfombra roja del acto electoral.
Todos aplauden, desgañitando las palmas, y las voces tienen cien mil recovecos de admiración y entusiasmo, un orgullo infla sus pechos, con el sentimiento de que el camino que recorren es una gran avenida arbolada, próspera y lozana. Y todo lo demás, caminos horribles, enrevesados y estériles.
Yo tengo las manos ociosas, y las palmas remetidas en los bolsillos. Me siento como Winston Smith pertrechada de indiferencia, sin casar con el pensamiento del partido y con el temor de que me miren para hincar el dedo que identifica al elemento disgregador en mí.
La señora de mi derecha me mira y sus ojos entonan lo que rumia su mente:
-Una hereje, una subversiva- la mirada se le llena de espanto y empieza a respirar con dificultad.
Las luces se apagan y empiezan a emitir un vídeo donde el partido pone el énfasis ególatra en cada nimiedad desempeñada. Y yo veo cómo la sonrisa serena del que gobierna se mezcla con el pueblo, achucha sus manos, besuquea a niños y ancianas y luego corta la cinta inaugural de algún gran hito arquitectónico.
Se encienden las luces y todas las manos se desangran con unos aplausos que sonrojan mi pasividad.
Yo, más Winston Smith que nunca, miro a mi alrededor, me siento temeraria, dueña de una mente peligrosa, libre y con mil postores que no se acercan ni de lejos a su cifra de compra.
Los políticos siguen vendiendo la carne de sus hazañas. Al fin terminan, las palmas baten boquiabiertas, la señora de mi lado maldice mis falanges pues le parecen diez enemigas burlonas, mete el codo en la mullida panza de su marido, y me señala con afán de espía:
Enseguida noto que alguien me susurra desde abajo, una figura con los miembros apelmazados y arrugados para que no le vean, y que aprovecha que han vuelto a apagar las luces para decirme que huya.
Miro su figura, de repente cae la luz que se desprende de los focos del escenario, y yo observo su aspecto, el muñón de uno de sus dedos de la mano derecha (PERFECTAMENTE VISIBLE PORQUE ES UN SUEÑO) y me percato de que él es George Orwell y que yo soy Smith, Winston Smith.
Después empieza la música, ese "acribillamiento" de sones con forma de himno y los miembros del partido enfilan la alfombra roja del acto electoral.
Todos aplauden, desgañitando las palmas, y las voces tienen cien mil recovecos de admiración y entusiasmo, un orgullo infla sus pechos, con el sentimiento de que el camino que recorren es una gran avenida arbolada, próspera y lozana. Y todo lo demás, caminos horribles, enrevesados y estériles.
Yo tengo las manos ociosas, y las palmas remetidas en los bolsillos. Me siento como Winston Smith pertrechada de indiferencia, sin casar con el pensamiento del partido y con el temor de que me miren para hincar el dedo que identifica al elemento disgregador en mí.
La señora de mi derecha me mira y sus ojos entonan lo que rumia su mente:
-Una hereje, una subversiva- la mirada se le llena de espanto y empieza a respirar con dificultad.
Las luces se apagan y empiezan a emitir un vídeo donde el partido pone el énfasis ególatra en cada nimiedad desempeñada. Y yo veo cómo la sonrisa serena del que gobierna se mezcla con el pueblo, achucha sus manos, besuquea a niños y ancianas y luego corta la cinta inaugural de algún gran hito arquitectónico.
Se encienden las luces y todas las manos se desangran con unos aplausos que sonrojan mi pasividad.
Yo, más Winston Smith que nunca, miro a mi alrededor, me siento temeraria, dueña de una mente peligrosa, libre y con mil postores que no se acercan ni de lejos a su cifra de compra.
Los políticos siguen vendiendo la carne de sus hazañas. Al fin terminan, las palmas baten boquiabiertas, la señora de mi lado maldice mis falanges pues le parecen diez enemigas burlonas, mete el codo en la mullida panza de su marido, y me señala con afán de espía:
Enseguida noto que alguien me susurra desde abajo, una figura con los miembros apelmazados y arrugados para que no le vean, y que aprovecha que han vuelto a apagar las luces para decirme que huya.
Miro su figura, de repente cae la luz que se desprende de los focos del escenario, y yo observo su aspecto, el muñón de uno de sus dedos de la mano derecha (PERFECTAMENTE VISIBLE PORQUE ES UN SUEÑO) y me percato de que él es George Orwell y que yo soy Smith, Winston Smith.
Comentarios
Me tengo que curar. Saludos, y muchas gracias a los visitantes, comentaristas y votantes.
A ver si nos curamos, sí.
Veo que ha cambiado un poco esto. :-D
Recupero tu lectura mañana sábado, hermosa. Acabo de volver de Santiago.
Un beso y click y tal.
Cambiando de compañía, cronopio? Espero que mutes a la mejor, en todos los sentidos posibles.
Pues más o menos, me quedo con lo de visionaria, pero no al estilo de Verne porque él directamente viajó al pasado para escribir sus libros después de haber vivido en el futuro.
El resto me sobra, incluido yo.
(de hecho ahora mismo estamos juntos..pero no arrejuntaos! jajaja) ;)
Claro que hoy alguien me dijo..y por que no pruebas de ir con unas bolas chinas puestas?...los políticos serán igual de malos, pero....
Besos y demás
Lady Bourbon
Me parece muy bien tu decisión, cuando termine el concurso también me desengancho, podemos hacerlo, claro que sí, que no es sano.
Besos
Un beso
Buen cambio de look, me gusta.
Besos
Por la tarde regreso a la FICCIÓN del blog, porque es una ficción, una tremenda ficción.
Besos de sábado! (imagino que estarás escalando, con este solazo!)
Lady Bourbon