LOS CONJURADOS NO RETUERCEN TUBOS DE ESCAPE
Ignatius Reilly tenía su panza brincando bajo la camisa. Y los ojos, con una mirada resuelta a atrincherar con su cólera a cualquier individuo que osara decirle que los necios no andaban conjurados. -Claro que lo andan-dijo, mientras la barriga seguía creando olas de grasa a cada paso que daba. (Neptuno repartía una tormenta por ese océano inmenso). -Algunos se creen hasta literatos, escriben novelas y se llevan los planetas a su casa. Ignatius seguía surcando las calles con la poesía de sus dientes tratando de diseccionar de un único mordisco una chuleta tan cruda que andaba en las lindes de lo vivo. -Fíjate en esa-y Reilly aparcó los ojos en una chica algo musculada , que paseaba con nerviosismo de padre primerizo por el parque del pueblo. Aquí Ignatius se puso difuso, ininteligible: Esa pobre detesta a su jefe, y no hace nada. Sólo viene aquí y sigue trabajando. -¿Y qué quieres qué haga, Ignatius ? -le digo yo, que todo este tiempo he sido su paciente interlocutora. -P