LOS CONJURADOS NO RETUERCEN TUBOS DE ESCAPE

Ignatius Reilly tenía su panza brincando bajo la camisa. Y los ojos, con una mirada resuelta a atrincherar con su cólera a cualquier individuo que osara decirle que los necios no andaban conjurados.
-Claro que lo andan-dijo, mientras la barriga seguía creando olas de grasa a cada paso que daba. (Neptuno repartía una tormenta por ese océano inmenso).
-Algunos se creen hasta literatos, escriben novelas y se llevan los planetas a su casa.
Ignatius seguía surcando las calles con la poesía de sus dientes tratando de diseccionar de un único mordisco una chuleta tan cruda que andaba en las lindes de lo vivo.
-Fíjate en esa-y Reilly aparcó los ojos en una chica algo musculada, que paseaba con nerviosismo de padre primerizo por el parque del pueblo.
Aquí Ignatius se puso difuso, ininteligible:
Esa pobre detesta a su jefe, y no hace nada. Sólo viene aquí y sigue trabajando.
-¿Y qué quieres qué haga, Ignatius? -le digo yo, que todo este tiempo he sido su paciente interlocutora.
-Pues que espabile. Retorcer los tubos de escape, para que el gas se escampe como un embriagador perfume por el auto a los treinta y dos años, no es la solución.
-No, Ignatius, no lo es.
Aquí, la conversación, sólo será inteligible para los que no anden conjurados.
(Otra entrada sobre Ignatius: La empanada peligrosa)
Comentarios
saludos a todos
te veo capaz, confía ahora más que nunca...
Abrazos de los que me gustan...
Pero las rocas sí, Persio, a ver cuando vuelvo a ellas... esta semana la tengo muy libre así que me iré a hacer Boulder (escalada en roca pequeña)
Vaderetro, para mí, con Internet, no te vas a ningún lado, y lo que te dije en tu blog...
Conozco a muchos con ese caso, jejeje, pero bueno a veces el ego, el ego los supera.
Saludos Lyn.
Otro bico