La ducha de Montag

Las luces despertaban en el cielo cuando Guy Montag zanjó su jornada laboral. Abrió la ducha y dejó que el agua creara unas bárbaras cataratas sobre sus pectorales, se vanaglorió de sus Iguazús y condujo sus manos hasta el champú, las ahuecó y la sustancia desparramó su viscosidad.
-Pero qué guapo estoy -dijo, cuando estuvo ante el espejo que con su bruma de baño caliente se negó, al principio, a reflejar tanta belleza.
Montag, el bombero, estaba contento. Los cabellos húmedos tenían ese aire de marine de la I Guerra Mundial, y, aunque pareciera que estaba a punto de salir a pasear dispuesto a sobresaltar el aparato reproductor de alguna fémina, no lo hizo.
Y M. se caló el pijama a cuadros que guardaba bajo la almohada, eso sí, se negó a abotonar la camisa pues la selva morena del pecho era digna de ver mundo, y que el mundo la viera a ella.
Montag se metió en la cama, y sacó un libro de la mesita de noche.
El bombero quemalibros se dispuso a leer como todas las noches, puesto que nuestro Montag pensaba que no hay que mezclar nunca el trabajo con el placer.
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Comentarios
Pues sí, habrá que andar suave, Persio.
Gracias anónimo, un placer recibir estos anónimos.