Las lagunas de la enciclopedia

Maximiliano estaba feliz, rechoncho con su sonrisa que se expandía de muela a muela y le dejaba a él como dueño de semejante dentadura.
Había vendido solamente un cuadro, y eso sigificaba que ya podía compararse con el genio de Van Gogh. Ahí estaba la causa de su alegría. Ahora, estaba seguro, su nombre iba a ser un tipo feliz de la enciclopedia.
Abrió la nevera que le servía como armario porque el motor no funcionaba y siempre conservaba los alimentos hasta donde la providencia mandaba. Tan sólo dos días y la mencionada providencia le decía que la leche era una ciénaga blanca donde sus tobillos hubieran podido repostar hasta convertirse en una estatua, y es que iba camino de mutarse en una de ellas; no vendía cuadros, vivía en la indigencia, y eso, en los artistas, son indicios.
Indicios de genialidad maltratada por un siglo ignorantón. Basilio alzó su copa de leche a punto de enranciarse y brindó por la posteridad mientras contemplaba su primera obra vendida.
De repente, se prendió uno de sus cuadros. El fuego comenzó a zampar arte ignorado, daba lametazos primero, como de degustación, y luego el plato de pintura desaparecía.
Y mientras observaba impotente la escena, supo que lo suyo sería peor que lo de Van Gogh. Ni siquiera la posteridad sabia lo recordaría y era ya demasiado viejo para volver a empezar.
La enciclopedia, desde entonces, tiene lagunas de conocimiento sin saberlo.
Había vendido solamente un cuadro, y eso sigificaba que ya podía compararse con el genio de Van Gogh. Ahí estaba la causa de su alegría. Ahora, estaba seguro, su nombre iba a ser un tipo feliz de la enciclopedia.
Abrió la nevera que le servía como armario porque el motor no funcionaba y siempre conservaba los alimentos hasta donde la providencia mandaba. Tan sólo dos días y la mencionada providencia le decía que la leche era una ciénaga blanca donde sus tobillos hubieran podido repostar hasta convertirse en una estatua, y es que iba camino de mutarse en una de ellas; no vendía cuadros, vivía en la indigencia, y eso, en los artistas, son indicios.
Indicios de genialidad maltratada por un siglo ignorantón. Basilio alzó su copa de leche a punto de enranciarse y brindó por la posteridad mientras contemplaba su primera obra vendida.
De repente, se prendió uno de sus cuadros. El fuego comenzó a zampar arte ignorado, daba lametazos primero, como de degustación, y luego el plato de pintura desaparecía.
Y mientras observaba impotente la escena, supo que lo suyo sería peor que lo de Van Gogh. Ni siquiera la posteridad sabia lo recordaría y era ya demasiado viejo para volver a empezar.
La enciclopedia, desde entonces, tiene lagunas de conocimiento sin saberlo.
Comentarios
¡Bienvenida de nuevo a las letras!
Gracias, Groucho
Acabo de recuperar la conexión a los comentarios de blogger, que tenía denegada en el trabajo, así que aprovecho (jia jia jia)
Saludos salvajes
Saludos, salvaje, si es que el trabajo limita la libertad de movimientos en la red.
Y el encierro que sea muy fructifero!