Las partículas deprimentes
La cara se colorea. Se vuelve de un rojo patriótico y los ojos... en los ojos, si los quitamos, tenemos dos túneles. Pero están ahí y, por ahora, no se piensan mover; su mirada es inamovible, no van a dejar de mirar... por lo menos esta noche. Resulta que el sujeto está leyendo a un tal Houellebecq; de apellido chulo, rimbombante (de Rimbaud? ) pero de estructura mental tan deprimente como un fin del mundo. Ha pasado un par de noches con él en la cama, Houellebecq y él juntitos entre las sábanas a pesar de la heterosexualidad de ambos. Lo estuvo leyendo entre las 23:00 a 24:00 horas, como un somnífero de la fábrica Anagrama. Todas las noches la prosa simplona de H. le acuna con su contingente de labia marcado a veinte euros el signo de puntuación... El lector lee, porque es lector y es la segunda intentona, no puede dar media vuelta; la retaguardia ya no existe para él. Avanti por los raíles de la novela... Llega la cháchara de una tele con sus diatribas económicas (!!hay una