Trabajando
Vengo de merodear por el Sena. Ya lo sabéis, cubro el puesto de Hemingway . Mis perros y yo paseamos. A algunos los he tenido que sacar de sus tumbas, plantarme delante de ellas y decir "abracadabra" y ellos han salido hermosos y jóvenes para asaltar París a mi vera. Su trote es el "tam tam" de mis pasos y sus bocas son profundos túneles de saliva y molares deseosos de cazar conejos, gatos o erizos. "Nada de eso, chicos", les digo, "En París sólo se pueden cazar sueños". Parecen entender y sus bocas se relamen ante la perspectiva sabrosa del sueño, esa sustancia divina. Somos cinco y seguimos trotando como una manada neanderthal y bohemia. Mis perros me sugieren rutas, monumentos, calles, restaurantes... Parece que han estado aquí antes. Uno de ellos me habla de alquilar un bote y remar por el Sena como robustos "Maupassantantes" antes de adentrarse en la locura. A otra la idea de verse sitiada por el agua le espeluzna y le hace