El mejor trabajo del mundo
El perro agitó su hocico, como un jinete oscuro olió el aire en el que se agitaban atrapados miles de olores de un sabroso desayuno. Era un pastor alemán, pero un lindo pastor alemán llamado Athos y educado para respetar a su ama, aunque fuera una mujer. De hecho, la había seguido desde su casa: una villa toscana con jardines rebozados de esculturas subrrealistas y de mosquitos en su tránsito hacia el trabajo a recibir su nómina de sangre.
El pastor alemán imitaba a Rossi. Sí, ronroneaba pero con el corazón a todo gas y haciendo planes para su próxima comida. Su ama trajinaba cerca, la había seguido desde su casa por la carreterita estrecha como un espagueti del número uno, y se había apostado bajo el manzano como un marido paciente que va a recoger a su mujer al trabajo.
La pareja continuaba con su desayuno, la dueña del perro trabajaba después de haber reñido al aventurero perro por sus ínfulas de Frodo, Rossi ultimaba su advenimiento con la emoción de un niño, y Athos, desde su manzano, escribía cartas de amor con los ojos a la comida de los viajeros.
Comentarios