La cartilla de Mafalda
Hoy homenajeo al gran Quino con una entrada que publiqué en su día y que rescato:
Vuelve
a pasar y a repasar la calle con sus pasos. Después entra en el cajero.
Le da la papilla a la máquina, bien masticada, abierta por la página
correcta, y deseando saber si por fin ha cobrado.
–No hay anotaciones pendientes –enuncia ella en su reluciente barriga electrónica.
De
modo que sigue a cero, hueca, si tamborilea los dedos sobre ella puede
oír su repicar de objeto vacío. Es el momento de la fe, de creer en la
humanidad, de olvidar que existen aprovechados que no pagan el trabajo
desempeñado. Ella decide creer, mete la cartilla en el bolso y callejea
hasta las mismísimas puertas de la delegación de Dios en su ciudad: la
iglesia.
Se introduce sinuosa, reptante como la serpiente de Eva con afán de confesión y arrepentimiento.
–No quiero seguir pecando –balbucean sus labios contritos.
Una
vez dentro, puede elegir. Los bancos son aparcamientos para los
traseros católicos más esquivos del mundo. No hay siquiera ancianas,
todas han muerto o han abrazado una fe que les alivia más el alma.
–He pecado –dice, clavando su mirada en los ojos de escayola pintada de Jesús.
–He dudado de la humanidad, no creo que paguen mi trabajo y me detesto por desconfiar.
Los
ojos de Jesús son de una escayola reluciente, imitan las viejas glorias
de las esculturas renacentistas, pero parecen mirar y juzgar como un
Rey Salomón emparedado en una catedral.
Ella saca la cartilla del bolso, la mira bien, una última mirada a un ser querido y la rompe con convicción.
–Ya
está, se acabó, no volveré a dudar más porque los ojos -dice
metafórica– a través de los cuales mi desconfianza miraba han sido
destruidos.
–Gracias, Buen Dios.
Se despide como Mafalda lo habría hecho.
Comentarios
Un abrazo.
abrazos desde el desierto