El político entró en la sala. La mirada seria, un repaso a la concurrencia, como un militar inspeccionando a sus ejércitos. Miró su sillón, y fue a sentarse. Pronto quedó como un ángel con la aureola del tapiz rojo del respaldo sobresaliendo tras su figura. Quedaba bien con la sala, sobre todo con el sillón, combinaba con el cargo, su boca hacía juego con el micrófono nuevo y orondo situado ante él para engrandecer cada una de sus palabras, para que ningún oído se quedara sin percibir su clamor sabio. Sentado allí tuvo un par de minutos para examinar a su público. Primero al de la derecha. Uno nuevo. ¿Quién será?-se preguntó- Vendrá a quejarse. Le echaré si osa. Tiene pinta de sorprendido, seguro que es un votante. Le sonreiré ante la duda. El político sonrió, como un cachivache de sonrisas automáticas en estado de pruebas, la contrahecha sonrisa asustó al asistente, que miró hacia atrás empeñado y esperanzado en que aquello tuviera otro receptor. Después, el político se
-Soy bella, bella! Un hombre me ha mirado, he notado la lujuria en sus ojos, goteando, abriendo surcos entre la multitud sólo para verme a mí. Ella cerró el libro y lo lanzó. Dostoievski y sus Memorias del subsuelo se despanzurraron por el mármol, captando al momento la grosería del acto y la vileza de un suelo de baño sin fregar. Si hubiera podido parpadear, lo habría hecho, y si hubiera podido caminar se hubiera pirado a alojarse entre los estantes de la Biblioteca Pública donde al menos hay paz y salidas esporádicas al exterior. -Ah, era mayor -dijo sin desilusión-unos ochenta años, pero pertenece a la raza de los hombres y todavía será capaz de montar mujeres y engendrar hijos. Y su mirada... ah!, era de ésas capaces de excitarte, y volverte un riachuelo de aguas... -Calla -le gritó una voz sonrojada y candorosa- !Cómo puedes soltar tantas vulgaridades y recoge el libro del suelo! Te recuerdo que Dostoievski era también un hombre capaz de engendrar hijos. -Tú no lo entien
(En la librería) La chica lee: Victor Hugo escribió su primer libro con 17 años, Dostoievski publicó con 26, Dickens entonó su fábula Pickwikiana a los 24, y otros tantos siguieron la estela del escritor de veintitantos . La chica se asusta, una especie de contrarreloj se pulsa en el cronómetro de su alma, y repudia sus horas de paseante del mundo que no contraataca con algo grande. "¿Pero con qué contraatacar?" ,se dice avergonzada por las canas que empiezan a abrir surcos de vejez por su cabeza. Atenaza un libro, elige para el cometido "Guerra y Paz" de Tolstoi , como si el ruso pudiera reencarnarse por sus dedos y hacer de mecenas difunto de la chica. "Tendrás que ingeniártelas", le diría Tolstoi gravitando por sus sueños como un Hada Madrina incorruptible. Ella sigue abriendo más solapas de libros, indagando en las vidas de los autores, necesita conocer sus edades, su sexo, sus estudios, los caminos que emprendieron para llegar a a